Viajar con niños es una experiencia mágica para cualquier familia, aunque si no planificaste o elegiste mal dónde ir, el viaje puede transformarse en una pesadilla. En este artículo te contamos la historia de una familia mochilera que conocimos en uno de nuestros viajes y que fue la inspiración de este artículo. Además, te entregamos algunos consejos para que te animes y no dejes de viajar nunca, ¡aún si tienes hijos pequeños!
Mochileando con un amigo por la Carretera Austral (Chile), nos encontramos con una pareja de mochileros franceses que viajaban con sus dos hijos pequeños. Desde nuestra tribuna de solteros sin hijos, estos padres eran los mejores, porque estaban avivando esa llama viajera que nosotros no tuvimos hasta nuestra adolescencia. Pero luego de varios encuentros fortuitos, descubrimos que no todo había salido como lo habían pensado.
Sus hijos de 5 y 7 años los estaban volviendo locos. La cara de esos padres era lúgubre, por decir lo menos, y parecía que hubiesen corrido 17 maratones seguidas. Esto derivó en varias discusiones con mi amigo, llegando finalmente a la conclusión de que la culpa no era de los niños, sino de la mala planificación de los padres.
Por eso decidimos dar algunos consejos para tratar de ayudar a aquellos padres que no se atreven a viajar con sus hijos.
Si bien la intención de estos franceses puede haber sido la mejor, es claro que fallaron en varios puntos. No puedes lanzarte a conquistar el mundo con tus hijos sin planificar. Para que todos disfruten de sus vacaciones, es importante que tengas claros algunos factores que podrían afectarte a ti y a tus hijos.
Observando a los franceses, nos dimos cuenta que llevaban ¡¡5 MALETAS!! Dos mochilas de campaña, dos bolsos medianos y una carpa. Como te habrás dado cuenta, la cantidad de bolsos dejaba solo una mano libre para controlar a sus inquietos niños. Ni hablar de cuando la mamá debía buscar un chaleco para su hijo al final de la mochila, era todo un espectáculo.
Debido a la naturaleza mochilera del viaje de los franceses, nos encontrábamos en los mismos lugares (plazas, terminales y embarcaciones) y con los mismos tiempos muertos. Esos momentos los niños los ocupaban para volver locos a sus padres y a todo el mundo a su alrededor. Corrían, peleaban, gritaban y pedían comida. No planificar actividades fue su pecado capital.
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